Esta mañana me enfrenté a uno de mis miedos. Algunos
tienen miedo a las alturas, otros a la oscuridad y otros a los insectos.
¿Sabéis a qué le tengo miedo yo? A los pantalones cortos. Sí, lo sé. Es
ridículo, ¿verdad? Pues no hay nada que me dé más miedo que ponerme unos
pantalones cortos. Quizá no se defina como miedo, ya que no pienso en que esos
pantalones me vayan a atacar (gracias a Dios). Quizá debería definirlo como
temor pero, sea como sea, la idea de ponerme unos pantalones cortos no me atrae
nada y, es más, la intento evitar (y no por no tener calor precisamente).
Como he dicho antes, hoy me he enfrentado a ese miedo. Me
he puesto unos pantalones cortos tejanos que compré el año pasado y, tras
hacerlo, me he mirado al espejo. Me he mirado por delante, por detrás, por un
lado y por el otro. De pie, sentada y solo me ha faltado hacer el pino. “No me
gusta cómo me quedan”, “Qué horror”, “Qué piernas más gordas”, “¿Qué asco de
celulitis?”, “Son demasiado cortos”. Estas son algunos de los pensamientos que
han aparecido en mi mente pero he hecho de tripas corazón y he salido a la
calle. Cuando me cruzaba con gente les miraba fijamente para saber hacia dónde
miraban; si me miraban a la cara o a las piernas descubriendo así mis defectos.
Y cuando esto pasaba, me horrorizaba y aceleraba mi paso.
Tras un largo camino, me fijé en que en la lejanía había
alguien caminando de una forma un tanto rara. Conforme se fue acercando me di
cuenta de que a esa persona, a esa chica, le faltaba una pierna y llevaba una
prótesis en su lugar. Esta chica, muy sonriente, iba hablando con otra chica, riendo
y, por supuesto, vistiendo orgullosa unos pantalones cortos.
“Soy imbécil”. Esto es lo primero que pensé al verla. Mientras
otras personas ni siquiera tienen piernas yo estoy sintiendo vergüenza de las
mías. Estoy sintiendo vergüenza de una parte de mi cuerpo que me permite andar,
correr y saltar. Estoy sintiendo vergüenza de algo que me permite vivir y hacer
una vida normal. Estoy sintiendo vergüenza de algo que me han hecho ver que no
es bonito, que no es digno, cuando lo es.
Nos pasamos toda la vida comparando nuestro cuerpo al de
los demás, sintiéndonos inferiores por no tener unas características
consideradas perfectas por la sociedad. Nos pasamos la vida pensando en que
tenemos las piernas gordas, que no estamos lo suficiente morenas, que nuestro
pelo no es lo suficientemente bonito, que nuestros labios tendrían que ser más
gruesos, que nuestra nariz tendría que ser más fina, que nuestros ojos tendrían
que ser más bonitos y un largo etcétera. Tenemos que amarnos tal y como somos e
intentar ser nuestra mejor versión sin obsesionarnos, sin menospreciarnos y sin
ser infelices por el mero hecho de no lucir como los demás. Claro que no vas a
ser como los demás, por supuesto. ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros es
único. Porque tú eres único/a. Porque la gente que te quiera de verdad, te va a
querer seas como seas, tengas el pelo rizado o liso, tengas celulitis o no,
vistas una 36, una 44 o una 52. La gente que te quiere lo hace porque eres TÚ.
Ellos te quieren, así que ahora solo te falta a ti
quererte a ti mismo/a.
![]() |
| Photo by Andrea De Santis |






